
Dr. Fermín Mearin
Director del Servicio de Aparato Digestivo, Centro Teknon, Barcelona

Nueva York. La noche. Una calle estrecha con luces de neón intermitentes. Nada que no hayamos visto mil veces en las películas americanas. Y de repente: un muerto en medio del callejón. Pero un muerto con traje y corbata; y con maletín de piel abierto y vacío.
Coches de policía que se acercan. Sirenas de colores. Nada que no hayamos visto mil veces en las películas americanas. Y a cuatro calles del crimen, un indigente tumbado sobre unos cartones. Pero un indigente negro con cinco billetes de 20 dólares en el bolsillo.
Los policías le levantan. El “sin techo” balbucea unas palabras ininteligibles. Junto a las botellas, casi todas vacías, que acumula al lado de su improvisado camastro, hay un destornillador con manchas de sangre. Nada que no hayamos visto mil veces en las películas americanas.
“El negro” es detenido, juzgado y sentenciado. La familia de la víctima, la policía, la prensa y la sociedad están tranquilos. Alguien tiene que ser el culpable.
Hasta que un mes después, muy cerca del primer asesinato, aparece otro hombre muerto. Comparadas las autopsias se comprueba que el arma utilizada en ambos casos es la misma: una Smith & Wesson MP 9. Nada que no ocurra, una y mil veces, con el Helicobacter pylori.
Una cosa es un hallazgo casual, y otra muy distinta un relación causal. Teniendo en cuenta que la infección por Helicobacter pylori está presente en más de un tercio de la población, la probabilidad de que se encuentre en alguien con cualquier molestia digestivas es enorme (o mejor dicho, de al menos de un 33%). ¿Pero es el Helicobacter pylori el culpable de todos los síntomas digestivos? Naturalmente que no. Tan sólo de unos pocos y muy bien definidos.
Pero algunos médicos culpan al Helicobacter pylori de los gases excesivos, del hinchazón abdominal, de la diarrea, o de cualquier otra molestia digestiva de origen no muy claro. Y el Helicobacter “sólo pasaba por allí”.
Algo parecido ocurre con el Blastocystis hominis, el SIBO, la disbiosis intestinal, o los pólipos en la vesícula. En muchas ocasiones no son la causa de los síntomas que se les atribuyen, pero es más fácil acusar a un inocente que seguir investigando. Una lástima.
